Escultura. Niño Jesús en Majestad: Valor Artístico

Imagen del Niño Jesús en Majestad, anónimo. Barroco, Escuela andaluza, siglo XVII. Talla de madera policromada, 57 cm, sala capitular, convento de Santa Clara de la Columna, Belalcázar.

Entre las tallas que se exhibieron en la Exposición Encarnación Artística de la Misericordia en el Condado de Belalcázar, figuraba una preciosa talla del Niño Jesús en Majestad,  perteneciente  al convento de Santa Clara.

El cenobio alberga una buena colección de pequeñas imágenes de Niños Jesús que comparten morada, desde hace siglos, con las hermanas clarisas. Actualmente, se exponen a lo largo de todo el año en las vitrinas de la sala capitular, para deleite de los visitantes del convento. Estas imágenes llegaron al monasterio en los ajuares de las monjas que ingresaban en el convento.

Las tallas de Jesús, en su versión infantil, que se conservan en el convento responden a una variada iconografía, y entre la serie de representaciones del Niño Jesús podemos ver también la imagen de un san Juanito. Todos están vestidos suntuosamente con túnicas bordadas que rematan sus bordes con encajes de bolillos, y están calzados con preciosos zapatitos, además de adornos suntuarios como coronas y otros atributos. Sus indumentarias son testimonio del arte de vestir en las diferentes épocas.

Son tallas de bulto redondo, exentas, realizadas principalmente en madera policromada,  aunque también se emplearon otros materiales. En el convento de Santa Clara se exhibe el conocido popularmente como “Peralbito”, del s. XVII, realizado en pasta, muy querido por los pozoalbenses por haber pertenecido a la Venerable Marta Peralbo, que lo regaló a su sobrina cuando ésta ingresó en el convento de Clarisas.

Este conjunto de pequeñas imágenes que poseen las Hermanas Clarisas nos permite realizar un recorrido por la iconografía del Niño Jesús mostrándonos un variado repertorio. Todos ellos son obra de artistas españoles que realizaron estas pequeñas esculturas para enaltecer la infancia de Jesús, presentando una iconografía con una estética amable e inocente, y plasmando expresiones tan dulces y tiernas que provocan sentimientos y enardecen corazones,  invitándonos  a contemplar, en el silencio del claustro, el gozo de la belleza.

            La devoción al Niño Jesús viene de lejos, y se puede rastrear en el arte desde el siglo XIII; sin embargo, será en el XVII cuando se extienda hasta llegar a nuestros días.

En el Renacimiento surge una nueva concepción del mundo, impera el humanismo, y todos esos cambios se verán también reflejados en la religión, que centró y alentó aquellos aspectos que destacaban la faceta humana de Dios.

Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz fueron parte importante de esos santos místicos del Niño Jesús que defendían que, para valorar la obra de Jesús en su medida, era necesario tener presente su humanidad.

En el arte, la dimensión humana de Dios pondrá de manifiesto sus sentimientos y fragilidad. Fue Santa Teresa quien mediante sus escritos y visiones místicas impulsó en los conventos su devoción, llenando de Niños Jesús los conventos carmelitas, una práctica que más tarde abrazarían las órdenes religiosas de toda España.

En el barroco las imágenes se verán aderezadas con complementos para dar la impresión de vida y realidad. Los ojos en un principio se pintaron y posteriormente se recubrieron con una lámina de pasta vítrea, se les añadieron pestañas, lágrimas, cabellos naturales, encajes... En ocasiones, poseían tantos complementos e indumentaria que necesitaron de camarera.

Dentro de los modelos iconográficos del Niño Jesús más repetidos encontramos: Niño Jesús en majestad, Niño del Pesebre,  Niño Eucarístico portando como atributos la hostia y el cáliz, que generalmente presidía los actos litúrgicos del Corpus, y otras muchas variantes iconográficas que lo presentan en su faceta más humana, como la del Niño Dormido que podemos observar en un cuadro del convento. En Andalucía triunfaron los prototipos de Martínez Montañés, Juan de Mesa y Pedro de Mena, entre otros.

El hecho de que no existan datos a nivel documental sobre la talla del Niño que se exhibió en la Exposición Encarnación Artística de la Misericordia en el Condado de Belalcázar, y aunque desconozcamos su autor, fecha concreta de realización, etc., no hemos querido eludir un breve estudio de esta pieza; una imagen que, además, nos da pie para conocer las actividades que se realizaban en los conventos con relación a estas pequeñas tallas.

Se trata de una talla barroca, de madera policromada, sedente, con una cronología que situamos entre los siglos XVII-XVIII, perteneciente a la escuela andaluza y de autor anónimo, que responde a un modelo iconográfico que presenta al Niño Jesús en Majestad, entronizado. La imagen presenta una expresión seria, deífica, como Todopoderoso y Salvador del Mundo; es un Niño Dios precioso, que exhibe un gesto que impone respeto. Tiene la cara redonda, cejas arqueadas, ojos de mirada fija y penetrante realizados en pasta vítrea, nariz recta, boca pequeña y mejillas abultadas. El estilo de peinado es muy similar al del Niño Jesús de Martínez Montañés, con cabellos de rizo grande y mechón de penacho en la frente. Como complemento porta aureola dorada con tres grupos de rayos, distribuidos a modo de potencias, en el centro y a los lados, formando resplandores de rayos lisos centrales flanqueados por rayos ondulantes.

El Niño Jesús está en actitud de bendecir con la mano derecha, y lo hace con el dedo índice y corazón, que representan su naturaleza humana y divina, mientras que en la izquierda aparece con el símbolo de “Salvator Mundi”, portando un globo terráqueo, orbe, rematado con una cruz símbolo del dominio de Cristo sobre el mundo. Viste túnica corta, ajustada en la cintura con un cíngulo rematado con borlas; es de tejido adamascado de fondo claro y flores de tonalidades rojizas y ribeteada con encajes de bolillos, realizados en hilo dorado que han perdido la viveza del color, en el cuello, borde inferior y mangas; estas últimas lucen, además, encaje interior blanco de valencié. Bajo la túnica viste enagua blanca de tela bordada y calcetines calados del mismo color  y unos preciosos zapatitos a modo de sandalias de dos tiras realizados en terciopelo e hilo dorado.

La talla del Niño Jesús sedente, descansa sobre un trono profusamente tallado de estilo rococó en el que la decoración alcanza a todas las partes de la pieza, con policromía a base de tonos rojos y especialmente dorados.

Es en los conventos donde este género de imágenes gozaron de una estima especial. “(…) era en el interior de las clausuras femeninas, donde algunas eran aportadas a la comunidad, durante el ingreso de las religiosas, como dote simbólico de su “matrimonio” con Cristo, dependiendo de las posibilidades económicas de las familias la calidad del escultor encargado de la talla y la riqueza de sus accesorios. Su presencia se implantó en todas las dependencias del convento: cocina, costura, lavandería, coro y en las propias celdas, teniendo asignadas algunas imágenes el servicio de una camarera que se encargaba de su aderezo y conservación durante todo el año”[1].

La existencia de estas imágenes en los conventos acabó vinculándose a rituales piadosos, especialmente relacionados con la Fiesta de Navidad y el Corpus Christi en los que era la imagen del Niño Jesús la que presidía las celebraciones.

Estas celebraciones comenzaban en Adviento con la “Canastilla mística", las "Jornaditas" y la "Expectación del Parto".

Otra de las actividades que se realizaba durante el Adviento era el retiro “para el que se utilizaba el "Niño de las celdas", una imagen del Niño Jesús que la superiora depositaba durante una procesión diaria en cada una de las celdas. La imagen era recogida sucesivamente por cada una de las monjas, que realizaban un retiro, terminando la ceremonia el 23 de diciembre con el retiro de la priora.

La navidad terminaba con el adviento, cuando el 24 de diciembre estaba colocado el belén y junto a los Niños lucían sus canastillas, siendo el momento de los cánticos y de algún plato especial de la cocina. El día de Navidad, se sacaban los mejores paños y objetos de orfebrería para la misa y una imagen del Niño Jesús presidía el refectorio, pasando después por todas las celdas para recibir de cada monja un verso que relataba los principales acontecimientos del año. En algunos conventos se celebraba el 28 de diciembre, el día de los Santos Inocentes y el día 30 la Sagrada Familia, practicándose el "Juego del Niño Perdido", en alusión a la pérdida de Jesús en el Templo, consistente en esconder una imagen del Niño Jesús que la afortunada en encontrarla podía conservar un tiempo en su celda.

El ciclo terminaba el 1 de enero con la celebración del Nombre de Jesús. Para ello se entronizaba una imagen del Niño Jesús y se le rendía culto con el apelativo de "Manolito", nombre cariñoso derivado de Emmanuel. Tras la fiesta de los Reyes Magos y de la Purificación de María, conocida como la Candelaria, las imágenes del Niño Jesús, que recibían cariñosos apodos de las monjas, volvían a ocupar los arcones junto a sus ajuares”[2].

Aunque muchas de estas devociones se han perdido, las Hermanas del convento de Santa Clara de la Columna de Belalcázar,  en Navidad,  siguen realizando las “Jornaditas”, y la “Canastilla mística”; del resto, desconocemos si se han realizado en algún momento.

 

© Sara Aranda Moreno

ARANDA MORENO, S. y LARA CABRERA, E. Mística y Arte en Santa Clara, Asociación, Córdoba, 2017, pg.217-223.

 


[1] TRAVIESO, J. M. “La iconografía del Niño Jesús como género escultórico”, ¡Aleluya! Revista de la Asociación Belenistas de Valladolid, nº 4 (2009).

[2] Ibídem.


 

 

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